sábado, 21 de marzo de 2009

cisma de los cielos



Los tambores se escuchaban a lo lejos, el jefe de la tribu, un gordo de barba blanca, saltaba tratando de seguir, sin éxito, el ritmo de los tambores metálicos. El hechizo de esa noche lo no hacían las rimbombantes lonjas del jefe, si no el fuego, que bailaba con maestría primigenia; las nubes se abrieron dejando ver un espacio tan grande que nos provocó vértigo. Sentíamos que caíamos hacia arriba, el retumbar de las percusiones se volvió una orgia de golpes amorfos que terminaron por callar, los niños lloraron, los viejos aullaron, ¿era esto el fin del mundo?

Todo se volvió silencio, entre escalofríos observábamos el cielo, esa densa capa de nata negra se estaba rompiendo, hermosos puntos blancos de luz parecían cantar. En el horizonte, un círculo de luz amarillenta se elevó lentamente; tan despacio que no se podía ver el movimiento a simple vista. El jefe se sentó llorando, sus ojos rojos reflejaban los puntos blancos del cielo, su mirada iba atrás en el tiempo, antes de que yo naciera, incluso antes de que el anciano mayor hubiese nacido.

-Esa es la osa mayor- Dijo entre sollozos – y las demás no las recuerdo-