Whitman estaba recostado sobre la arena con los ojos
cerrados, como una piedrecilla insoluble, mirando esas líneas que se dibujan
debajo de los párpados antes de dormir. Líneas azules y rojas sobre un horizonte
de obsidiana. Si pones atención las figuras se vuelven evidentes, como el ritmo
de los médanos y los nimbos. Las olas del mar eran música, el sonido del
viento, la respiración de Lux, quien dormía sobre una toalla anaranjada no muy
lejos de él. Abrió los ojos y vio a Lux dormir como una pluma sobre un canasto
frutal. Desde su perspectiva el rostro parecía borroso, como un retrato que se erosionó
por la ventisca del tiempo. Como una postmemoria, ese rostro nebuloso se le
antojaba hermosamente lejano, como el closet de una abuela que nunca conoció.
Pero Whitman ya no podía sentir tristeza, estaba vacío como
un cántaro en el Sahara, era un cascarón noctívago, flotando como una semilla
sobre el viento, maravillando los corazones de los niños solitarios y los
viejos ensimismados, pero inconsciente de sus actos, un avatar pirotécnico, un
iluminado electrónico, un corazón hecho polvo que se ha esparcido. Dice que
solo tiene vacío, olvido, oscuridad, pero no la oscuridad de los profesores de
primaria occidentales: ominosa como un dolmen, y terrible como la tierra de
Nod; sino la oscuridad del japonesa del Butoh, indefinible como la plastilina,
ambigua como un cirro, rebosante de posibilidades infinitas, como una semilla
que se convertirá en un bosque, esa es la misión de Whitman, plantar la semilla
entrópica en los oídos de todas las personas, para que sus cráneos revienten
con las raíces de un baobab y las mentes se sublimen en una danza climática, una
sinfonía microtonal de carcajadas embadurnadas de mantequilla y lágrimas de
chocolate, debajo del cráneo de Whitman las cosas eran siempre oscuridad.
Whitman rodeó a Lux a gateando como un bebé borracho para
observar su rostro de cerca. La luz de las llamas lo distorsionaba como un
ballet incandescente. Detuvo el tiempo para admirarla con detenimiento europeo,
Contó sus lunares y trazó un mapa que iba de su narina a su mejilla, de su
mejilla a su ceja derecha, de su ceja derecha a su oreja izquierda. No se
contuvo, se acercó a ella y besó su boca. Lux no despertó, se mantuvo quieta
como un santuario sintoísta, entonces besó su nariz, Lux continuó respirando al
mismo ritmo como el péndulo de un reloj, besó su cuello de pilar dórico y
cuando la briza se tomó un descanso el aroma de su piel le llenó los pulmones,
el beso, como un caracol se desplazó hacia arriba hasta alcanzar el lóbulo de
su oreja, donde terminó con una mordida de crustáceo. Separó su rostro y no
hubo cambio superficial, el planeta seguía orbitando al sol, las olas seguían
reventando, la luna seguía ciega, pero en el interior de Whitman todo se percibía
distinto, había entrado en otra esfera, otro universo. Se aproximó a los labios
de Lux, para percibir el aroma de su respiración, el refuerzo era necesario
para asegurarse plantó sus labios sobre el arco de cupido.
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No estoy tan vacío después de todo