Esta noche las estrellas se quedaron dormidas; con el cielo oscurecido,
pude dedicarme a beber tu sombra. Entré flotando por tu ventana, abriste los
ojos un instante y me viste, ingrávido, boca arriba, con la espalda arqueada.
Te convenciste de que era un delirio, volviste a dormir. Aterrice de rodillas a
tu lado, observé que tu cuello delgado se alargaba, se hacía infinito, se
curvaba sobre sí mismo. A lo lejos, un perro solitario le ladraba a una
presencia invisible, la proyección de tu ego, tratando de advertirte del
peligro. -Pero no estoy aquí para hacerte daño – dije - solo voy plantar un
diamante en tu cérvix- levanté tu camisón y descubrí que no había ropa interior
debajo, introduje mi apéndice en forma de pinza tan despacio, que solo emitiste
un suspiro cuando coloqué el cristal en la abertura húmeda y lo empujé. Tu
cuerpo recibió con gusto el sabor del cristal, lo absorbió como una gota de
agua. Después no abandoné la habitación, me quedé contemplando tu metamorfosis
oculto en el bonsái de tu taburete.
La tormenta pasó dejando las calles llenas de espejos. Despertaste
con la boca llena de flores, al arrancaras dejabas pequeños cráteres húmedos en
tu paladar. Sentías mi presencia, lo sé porque me buscaste, pero en luz soy
invisible. Cuando te desnudaste, rocé tu espalda, cuando te bañaste, me fundí
con el vapor, cuando te vestiste me oculte en el bosque de tu pubis.
Por la tarde, sentiste el impulso de dar una caminata en el
bosque; los espíritus de las plantas te contemplaban sentados en las ramas de
los árboles, sabían que alguien estaba debajo de tu piel, alimentándose de ti. Caminaste
de lado, sobre un muro de roca, el manto se desgarró, la ilusión de realidad se
volvió difusa, te perdiste en la niebla eléctrica y la cámara de nubes, te permitió
ver la radiación de mi presencia, me descubriste, como una orquídea con pétalos
de humo creciendo entre tus piernas. Tus brazos se llenaron de maleza, los
sapos dejaron de cantar. Una pequeña gota de alcohol, cayó en tu frente y la
perforó, te volviste una nube con aroma a incienso, flotaste como un fantasma
doble al ras del suelo.
Cuando regresaste a tu habitación, te asomaste por la
ventana para mirar a los barcos del puerto, el aire marino te devolvía la
sensación de realidad, tomaste la máquina de escribir, pero no pudiste comenzar
tu novela, nunca has podido comenzar tu novela –debe ser el aire salado-
pensaste, y observaste a tu gato de la suerte saludando, su sonrisa te molestó,
- estas castigado- le dijiste en voz baja, lo levantaste y lo giraste ciento ochenta
grados, ahora le sonreía a la pared.