Por primera vez Eriko estaba sola, pero no tenía ganas de
llorar. La tristeza que la cubría era una presencia discreta que no recortaba
la belleza del instante. Cuando May se fue a vivir sobre las nubes, sintió una
profunda ansiedad. La noche en que Evanna murió, un vacío absoluto le cubrió los
ojos, su cuerpo se sumergió en polen negro, durmió durante días y no pudo
moverse.
Eriko se recostó sobre el musgo para mirar las estrellas,
pero el fantasma de la fogata opacaba su visión. Mientras la mancha se borraba
de su retina, recordaba la noche que conoció a Evanna. Fue en una ciénaga brumosa.
Evanna flotaba al ras de la superficie con dos lirios cubriendo sus ojos. De la
punta de sus dedos se desprendía la arena del tiempo, que caía sobre el agua, disolviéndose
como azúcar negra. Eriko trató de acercase en silencio para no despertarla,
pero las luciérnagas susurraron y la esfera se rompió.
Lo primero que escuchó al recuperar la conciencia, fue la
voz de un hilo de vidrio cantando en lenguaje ancestral. Su cuerpo sabía que estaba
recostado sobre el suelo, sentía la humedad de la tierra; su nuca descansaba
sobre algo cálido, las piernas de Evanna, quien acariciaba su mejilla. El
contacto de sus manos era suave, frio, aceitoso, casi artificial: hacía que
algo sagrado creciera en su interior, un bosque prohibido. Al abrir los ojos
vio aquel rostro tatuado y una mirada inhumana que le congelaba el alma.
Evanna dejó de cantar y se inclinó. Con sus dedos le abrió
los labios, sus alientos se mezclaron, una semilla se plantó en la garganta de
Eriko y creció como una enredadera eléctrica, trasformando su cuerpo en una
esfera de cristal. Cuando el granizo cayó, se volvió savia espumosa que
escurría entre sus piernas, mojando su ropa interior con arkhé.
Esta tristeza venía en oleadas suaves, traía racimos de
estrellas en su corriente. Se sentó a la orilla de la soledad, de espaldas al
fuego y sacó de su mochila el último regalo de su madre, el diario de su
bisabuela; un libro lleno de textos en lenguaje ancestral, fotografías,
recortes, calcomanías. A partir de ahora, dedicaría un rato del día a observar
aquellos recuerdos; estaba convencida de que la respuesta al vacío de su
existencia se encontraba en ese diario, a partir de ahora podría dedicarse a
resolver el acertijo, porque estaba sola y era dueña de su vida.