domingo, 18 de agosto de 2013

Debajo del puente

Esta tarde me fui a sentar debajo del puente. Me gusta sentarme en lugares con buena vista y mala fama por que nadie se acerca a preguntarte estupideces.
La vida en las sombras es más agradable de lo que parece, no huele mal ni es húmeda; es silenciosa, ni siquiera se escucha el rugido de la ciudad. Esta idea religiosa de que la oscuridad representa el mal, creo que solo es reflejo del miedo a no poder ver claramente lo que tenemos frente a la nariz, miedo a encontrarnos con nuestros propios fantasmas cara a cara. Pero sobre todo, miedo a poder ser como dioses, en la oscuridad podemos sentir como reales los sueños más hermosos que anidan en nuestro interior, pero si perdemos el control, nuestras pesadillas saldrán, el infierno más terrible es el que nosotros creamos.  
Intenté leer pero no pude, el momento era tan mágico que no logré salir de la realidad. La magia escurría como un gel fosforescente de entre los ladrillos, hacía deltas en el suelo y trepaba por mi ropa; no la podía ver, pero lo podía sentir, llenando de luz vegetal mi piel reseca. Entonces pude recordar mi hogar, el bosque subterráneo con árboles que acarician la luna, las luciérnagas que susurran poemas de viento y sangre. ¿Cómo fue que perdí mi hogar?, ¿Cuándo me alejé de mi misma?, ¿Por qué vine a dar a este mundo miserable. Aquí tienes que exprimir la magia de las rocas con toda tu fuerza, y aferrarte a la arena de la playa, ¿Quién derramó tanta tristeza sobre la ciudad?.
Respiré profundo, abrí los ojos y pude ver a Evanna flotando sobre las nubes con los brazos extendidos, como una muñeca colgando de hilos invisibles. Intenté llamarla pero la voz no salió, las lágrimas la ahogaron, ¿Por qué me abandonaste?, ¿Por qué te llevaste el color de las flores y el aroma de las estrellas?
No podía levantarme, todo mi cuerpo temblaba, la magia hacía ondas luminiscentes sobre la yerba, la sombra se coloreaba, era yo la última abeja en la tierra, la última yerba, el último suspiro.
Evanna miraba a un punto fijo en el cielo, su espalda apuntaba al suelo, la punta de sus pies a las estrellas ocultas tras la nata uniforme del cielo, la fábrica de nubes hizo sonar su silbato y el espejismo se disolvió, Evanna vino a visitarme desgarrando el hilo que me mantenía en el mundo de la cordura, me estaba desprendiendo de mi yo.
-Cuando mueres la percepción del tiempo se ralentiza al grado de que la experiencia de la muerte puede volverse un instante de eternidad. -
Por favor detén esta locura, sácame el aire de los pulmones o arráncame el corazón. Esta ciudad se está comiendo mi alma – Evanna no respondió, su cuerpo se fue despacio, se hizo cada vez más pequeño, como un velero que se lleva el viento hacia el horizonte.-

Parece que se va a caer de la orilla del mundo. 

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