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jueves, 18 de septiembre de 2014
jueves, 5 de diciembre de 2013
Cumulonimbo
Ayer me deslumbró
el sol por la mañana
me quedé dormido
mirando a la ventana
el sol por la mañana
me quedé dormido
mirando a la ventana
Esperaba la cita
de una amante gitana
una gata extraviada
una amiga lejana
de una amante gitana
una gata extraviada
una amiga lejana
Esperaba un eclipse
de luna porcelana
una gota de lluvia
una briza liviana
de luna porcelana
una gota de lluvia
una briza liviana
Me cansé de la gente
y su vida vacía
su pereza aburrida
tristeza y cobardía
y su vida vacía
su pereza aburrida
tristeza y cobardía
Quisiera despegar
acariciar el cielo
besarme con las nubes
Olvidar el suelo
acariciar el cielo
besarme con las nubes
Olvidar el suelo
Me cansé de la gente
y todos sus problemas
me quiero despedir
y todos sus problemas
me quiero despedir
viernes, 29 de noviembre de 2013
Fibonnacci
Señor Monstruo, Fibonacci me habla. ¿Quién es Fibonacci?, su nombre no me
da confianza, suena muy… renacentista, ¿es uno de tus amigos con problemas? No,
vivirá en mi cabeza. Ah ya, es uno de esos nematelmintos subcutáneos con
telepatía. No, apenas se convertirá en eso. Larvas…. No, conciencia. Ah, es esa
voz que te dice –sácale los ojos- con acento militar aguardentoso. No, el mío
dice 1,2,3,5,8,13,21,34… Ah, es como yo cuando estoy borracho (pero sin números
negativos ni decimales). Fibonacci.
Bliss se levantó del pasto, suspiró, miró el grafiti con forma de gato en
la pared del puente y se volvió a sentar.
Ala, tengo unos diseños bien feos para Whitman, van a ser
camarones.
Somos polvo de estrellas
Bliss me regaló una lámpara para iluminar mi bungalow, un armatoste solipsista cromodinámico suspendido de una viga con hilo de cáñamo. Un paralelepípedo tridimensional deconstruido a fuerza de patadas y pintado con pigmentos artificiales. Pequeñas perforaciones intervenidas con canicas hacen que la trayectoria de los fotones se vuelva caprichosa. Es imposible escribir en estas condiciones, la irregularidad estrambótica de las manchas luminosas es como el canto de las luciérnagas (la primera vez que lo escuché fue debajo de una ceiba enmascarada), como el ectoplasma que escurre de tus párpados cuando duermes, como las ojeras del sol, la espuma de los días, el acantilado que se forma en las circunvoluciones de tu cerebro.Caravaggio se hubiese hecho el harakiri ante tal cantidad de adefesios locuaces, Bonauroti habría implotado de manera cómo cuando el vaticano puso calzones a su obra. A Egon Schiele le hubiesen encantado las manos frenéticas del tabú curvilíneo, con sus apéndices brutales y su ombligo adornado con una libélula de latón, con ojos compuestos de joyas plásticas.Una zarigüeya disecada y pintarrajeada con un foco en la boca, Rauschenberg estaría satisfecho, la espina dorsal de un cuadrúpedo irreconocible con sus costillas verdaderas, falsas y flotantes protegiendo una mariposa azul, como una jaula ósea. Una canasta intimidante repleta de cabezas de muñecas calvas con el letrero “Alfonsinas”. Un cajón lleno de ropa interior playera aparentemente sucia, talismanes multicolor capaces de mesmerizas a un cuarentón empedernido como el señor Monstruo. Un espantapájaros cubierto de alfileres redundantes, con sangre vinílica escurriendo menstrualmente sobre una base tipográfica. Una máquina de escribir sin dientes convertida en maseta.¿Esto es arte? Se preguntaría un artista poroso con complejo de filósofo; pero Bliss no lo sabe solo reacomoda el mundo como un hámster descuidado, sin pensar en las consecuencias epistemológicas de sus actos, sin importarle si toca con su delicada nariz dórica el limbo de la decencia estética o conceptual. La exposición solo existe porque Koan le sugirió la idea sin mucha esperanza de ser escuchado, Mu prestó el espacio como un testigo sin opinión y Tes solo asintió como una antorcha automática. El título fue parido durante una conversación orbital cuyo sol era el rito desde la perspectiva de Campbell, somos polvo de estrellas.Señor monstruo no ha descolgado la lámpara, porque cumple la hipotética función de antena; sabe que es improbable el encuentro delicado; pero intoxicado con metáforas se deja llevar por una tormenta ansiosa al mar de los desesperados. ¿Cómo reaccionaría un viejo que recupera la vista después de décadas en la oscuridad?, ¿qué haría el lector si dejara su vida clínica, amarillenta y comatosa para buscar la arena blanca del caribe o la arena negra de Maui, el abrazo vaporoso de un bosque de coníferas, el beso genérico de una chica de la calle sobre un arrecife de coral?
martes, 12 de noviembre de 2013
Vadic o Vedic
Cobijados del viento por las paredes de madera del bar, el
señor Monstruo y Lux pasaron una tarde perfecta resolviendo acertijos. El
tenebroso coro de fantasmas le causaba a Lux un hormigueo en el estómago,
parecido al enamoramiento pero de frecuencia baja, como la una estampida de búfalos
corriendo a media cuadra. Mu los había dejado encargados, quería ir a escuchar
las noticias en la radio en la caseta de policías para asegurarse de que el
viento no fuese un ciclón, Whitman, en su crapulencia sonora sabatina, había
decidido jugar con la radio del bar, haciendo que las emisoras solo dijeran
números o nombres de personas en algo como ruso, sonidos graves provenientes de
las fauces de un babuino en brama. A Lux le gustaba escuchar los números porque
tenía la creencia de que escondían respuesta de los acertijos.
Resolvían un cuadrado llamado Vadic según Lux; Vedic según
señor Monstruo. Tres, seis, nueve, tres, seis, nueve, tres, seis, nueve, abajo nueve,
tres seis, nueve, tres, seis, nueve, tres, seis, dijo el radio con acento sudamericano,
cubano, mexicano, argentino, ¿Cómo era el acento de Belice?.
-
Concéntrate – Le exigió Lux
-
Estoy escuchando los números, quizá ahí esté la
respuesta –
-
No la vas a encontrar ahí, tu eres cerebral, yo
soy intuitivo-mágica-musical-fosforescente-cuántica; por eso formamos un buen
equipo –
Señor monstruo miró el cuadro incompleto lleno de dígitos y
pensó en la cantidad de tiempo libre que habrá tenido el que lo descubrió; se
imaginó a un ermitaño en un palacio hindú, con un papiro o algo parecido
mirando la lluvia del monzón a través de la ventana.
Siete, cinco, tres, uno, ocho, seis, cuatro, dos, nueve. En
su abstracción, señor Monstruo descubrió que la línea siete, era idéntica a la
dos pero en sentido inverso, con excepción del noveno número que era nueve;
mientras anotaba los dígitos con su letra de abogado, Lux abría los ojos con
sorpresa, esos ojos grandes y grises, llenos de una especie de tristeza
milenaria, brillantes como una canica acaramelada. Cualquiera que viese a Lux
sin conocerla pensaría que era una chica triste y solitaria, incluso suicida.
Había marcas en sus brazos y piernas, grietas en la piel para matar del dolor
del alma, pero se antojaban antediluvianos, quizá un alma prístina había
recibido aquel cuerpo abarcable. La Lux que él conocía no podría haberse
flagelado tan categóricamente. -¿Quién es esta gente?, ¿Cómo llegué aquí? – Se
preguntó; todo el tiempo se lo preguntaba.
En realidad, los números de la radio desconcentraban a señor
Monstruo, convertían a su pensamiento en un denso pantano chocolatoso, opaco
como un océano de plástico derretido, aceitoso como un caldo de verduras con
carne, delicioso. Mientras Yukimi celebraba, el tiempo para él se ralentizaba,
podía notar los errores en el tejido de la realidad como antenas de mariposas
saliendo de las sombras, escolopendras de sonido en el viento, pausas en el
correr del tiempo, espacios rotos en medio del espacio mismo. A través de las
grietas, señor Monstruo pudo ver a Evanna, May y Eriko, caminando en una
ciénaga nebulosa, con sus ropas desgastadas, persiguiendo sueños como él. Las
tres chicas sabían que alguien estaba mirándolas, voltearon a la luna y
pudieron ver el ojo a través de las nubes, Evanna apuntó con su dedo y todos
los lobos comenzaron a aullar. – ¿Crees que Mu se enoje si me preparo un pedazo
de eternidad? – preguntó Lux y el aleph se esfumó, la escena parásita hizo una
disolvencia en rosa.
-
Yo te la invito – Contestó señor Monstruo como
un autómata tosco.
-
Te prepararé uno también – Dijo Lux, señor
Monstruo asintió hidráulicamente.
Algo va a pasar, se está rompiendo la tela de la realidad,
puedo sentir la tensión del otro lado estirando los tejidos como la panza. Pero
nada sucedió, Mu entró con la noticia de que era solo un norte.
-
¿Cómo van con ese juego? – Preguntó Mu.
-
No es un
juego, es un problema matemático mi-le-na-rio – Contestó Lux.
Mu se acercó a la mesa para ver los avances y notó que las
líneas seis y tres eran iguales pero en sentido inverso si ignoraba el nueve,
con la línea dos y siete sucedía lo mismo.
-
¿No será que la línea ocho y uno son iguales, y
que todas las líneas terminan en nueve?
- Preguntó Mu sin estar muy seguro de comprender el problema – Si fuera
así, la línea número nueve constaría solo de números nueve – Dijo para
complementar su hipótesis.
-
Especular – Dijo el señor Monstruo sumergido en
un atole de confusión.
Lux se aproximó con los dos vasos a la mesa y acercó el
papel lleno de números a su rostro, lo miró con atención mordiendo su labio
inferior y trazó una letra ele invertida de números nueve en los extremos de la
cuadrícula. Ahora solo faltaban las líneas cuatro y cinco.
-
¿Ya trataron de sumar todos los números de cada
línea?, quizá ahí se encuentra la clave.
Lux abrió los ojos con una sonrisa opalina, dos pequeños
colmillos vampíricos se asomaron alegremente debajo de sus labios, una risa gatuna
iluminó el canto de los fantasmas adoloridos a manera de contrapunto
anempático, inscrito en un fondo cósmico.
Lux no cabe en el estándar de la belleza elitista del mundo
de los adultos (una risa cósmica interrumpe al narrador, quien tiene que elevar
la voz), su belleza es como la de los pilares de la creación, sin sección
áurea, ni proporciones perfectas; solo belleza primigenia, como la danza del
fuego o los jardines zen. (Lux anota una secuencia de números en el papel
temblando de risa, se detiene para tomar un sorbo de agua de coco
alcoholizado). Su sonrisa de gato deja sin aliento al señor Monstruo, que se
enamora de todo lo que ve y escucha, del acertijo completo, de la cara ovalada
de Lux, su cabello indeciso, del aroma del viento marino, del sonido de la
madera crujiendo como una bruja barroca, del ballet climatológico que pisotea
su día de pesca, del sabor del pedazo de eternidad que Lux le preparó. Señor
monstruo ha tomado el coco equivocado.
viernes, 25 de octubre de 2013
Arco de cupido
Whitman estaba recostado sobre la arena con los ojos
cerrados, como una piedrecilla insoluble, mirando esas líneas que se dibujan
debajo de los párpados antes de dormir. Líneas azules y rojas sobre un horizonte
de obsidiana. Si pones atención las figuras se vuelven evidentes, como el ritmo
de los médanos y los nimbos. Las olas del mar eran música, el sonido del
viento, la respiración de Lux, quien dormía sobre una toalla anaranjada no muy
lejos de él. Abrió los ojos y vio a Lux dormir como una pluma sobre un canasto
frutal. Desde su perspectiva el rostro parecía borroso, como un retrato que se erosionó
por la ventisca del tiempo. Como una postmemoria, ese rostro nebuloso se le
antojaba hermosamente lejano, como el closet de una abuela que nunca conoció.
Pero Whitman ya no podía sentir tristeza, estaba vacío como
un cántaro en el Sahara, era un cascarón noctívago, flotando como una semilla
sobre el viento, maravillando los corazones de los niños solitarios y los
viejos ensimismados, pero inconsciente de sus actos, un avatar pirotécnico, un
iluminado electrónico, un corazón hecho polvo que se ha esparcido. Dice que
solo tiene vacío, olvido, oscuridad, pero no la oscuridad de los profesores de
primaria occidentales: ominosa como un dolmen, y terrible como la tierra de
Nod; sino la oscuridad del japonesa del Butoh, indefinible como la plastilina,
ambigua como un cirro, rebosante de posibilidades infinitas, como una semilla
que se convertirá en un bosque, esa es la misión de Whitman, plantar la semilla
entrópica en los oídos de todas las personas, para que sus cráneos revienten
con las raíces de un baobab y las mentes se sublimen en una danza climática, una
sinfonía microtonal de carcajadas embadurnadas de mantequilla y lágrimas de
chocolate, debajo del cráneo de Whitman las cosas eran siempre oscuridad.
Whitman rodeó a Lux a gateando como un bebé borracho para
observar su rostro de cerca. La luz de las llamas lo distorsionaba como un
ballet incandescente. Detuvo el tiempo para admirarla con detenimiento europeo,
Contó sus lunares y trazó un mapa que iba de su narina a su mejilla, de su
mejilla a su ceja derecha, de su ceja derecha a su oreja izquierda. No se
contuvo, se acercó a ella y besó su boca. Lux no despertó, se mantuvo quieta
como un santuario sintoísta, entonces besó su nariz, Lux continuó respirando al
mismo ritmo como el péndulo de un reloj, besó su cuello de pilar dórico y
cuando la briza se tomó un descanso el aroma de su piel le llenó los pulmones,
el beso, como un caracol se desplazó hacia arriba hasta alcanzar el lóbulo de
su oreja, donde terminó con una mordida de crustáceo. Separó su rostro y no
hubo cambio superficial, el planeta seguía orbitando al sol, las olas seguían
reventando, la luna seguía ciega, pero en el interior de Whitman todo se percibía
distinto, había entrado en otra esfera, otro universo. Se aproximó a los labios
de Lux, para percibir el aroma de su respiración, el refuerzo era necesario
para asegurarse plantó sus labios sobre el arco de cupido.
-
No estoy tan vacío después de todo
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