viernes, 29 de noviembre de 2013

Fibonnacci




Señor Monstruo, Fibonacci me habla. ¿Quién es Fibonacci?, su nombre no me da confianza, suena muy… renacentista, ¿es uno de tus amigos con problemas? No, vivirá en mi cabeza. Ah ya, es uno de esos nematelmintos subcutáneos con telepatía. No, apenas se convertirá en eso. Larvas…. No, conciencia. Ah, es esa voz que te dice –sácale los ojos- con acento militar aguardentoso. No, el mío dice 1,2,3,5,8,13,21,34… Ah, es como yo cuando estoy borracho (pero sin números negativos ni decimales). Fibonacci.

Bliss se levantó del pasto, suspiró, miró el grafiti con forma de gato en la pared del puente y se volvió a sentar.

Ala, tengo unos diseños bien feos para Whitman, van a ser camarones. 

Somos polvo de estrellas

Bliss me regaló una lámpara para iluminar mi bungalow, un armatoste solipsista cromodinámico suspendido de una viga con hilo de cáñamo. Un paralelepípedo tridimensional deconstruido a fuerza de patadas y pintado con pigmentos artificiales. Pequeñas perforaciones intervenidas con canicas hacen que la trayectoria de los fotones se vuelva caprichosa. Es imposible escribir en estas condiciones, la irregularidad estrambótica de las manchas luminosas es como el canto de las luciérnagas (la primera vez que lo escuché fue debajo de una ceiba enmascarada), como el ectoplasma que escurre de tus párpados cuando duermes, como las ojeras del sol, la espuma de los días, el acantilado que se forma en las circunvoluciones de tu cerebro.Caravaggio se hubiese hecho el harakiri ante tal cantidad de adefesios locuaces, Bonauroti habría implotado de manera cómo cuando el vaticano puso calzones a su obra. A Egon Schiele le hubiesen encantado las manos frenéticas del tabú curvilíneo, con sus apéndices brutales y su ombligo adornado con una libélula de latón, con ojos compuestos de joyas plásticas.Una zarigüeya disecada y pintarrajeada con un foco en la boca, Rauschenberg estaría satisfecho, la espina dorsal de un cuadrúpedo irreconocible con sus costillas verdaderas, falsas y flotantes protegiendo una mariposa azul, como una jaula ósea. Una canasta intimidante repleta de cabezas de muñecas calvas con el letrero “Alfonsinas”. Un cajón lleno de ropa interior playera aparentemente sucia, talismanes multicolor capaces de mesmerizas a un cuarentón empedernido como el señor Monstruo. Un espantapájaros cubierto de alfileres redundantes, con sangre vinílica escurriendo menstrualmente sobre una base tipográfica. Una máquina de escribir sin dientes convertida en maseta.¿Esto es arte? Se preguntaría un artista poroso con complejo de filósofo; pero Bliss no lo sabe solo reacomoda el mundo como un hámster descuidado, sin pensar en las consecuencias epistemológicas de sus actos, sin importarle si toca con su delicada nariz dórica el limbo de la decencia estética o conceptual. La exposición solo existe porque Koan le sugirió la idea sin mucha esperanza de ser escuchado, Mu prestó el espacio como un testigo sin opinión y Tes solo asintió como una antorcha automática. El título fue parido durante una conversación orbital cuyo sol era el rito desde la perspectiva de Campbell, somos polvo de estrellas.Señor monstruo no ha descolgado la lámpara, porque cumple la hipotética función de antena; sabe que es improbable el encuentro delicado; pero intoxicado con metáforas se deja llevar por una tormenta ansiosa al mar de los desesperados. ¿Cómo reaccionaría un viejo que recupera la vista después de décadas en la oscuridad?, ¿qué haría el lector si dejara su vida clínica, amarillenta y comatosa para buscar la arena blanca del caribe o la arena negra de Maui, el abrazo vaporoso de un bosque de coníferas, el beso genérico de una chica de la calle sobre un arrecife de coral?



martes, 12 de noviembre de 2013

Vadic o Vedic

Cobijados del viento por las paredes de madera del bar, el señor Monstruo y Lux pasaron una tarde perfecta resolviendo acertijos. El tenebroso coro de fantasmas le causaba a Lux un hormigueo en el estómago, parecido al enamoramiento pero de frecuencia baja, como la una estampida de búfalos corriendo a media cuadra. Mu los había dejado encargados, quería ir a escuchar las noticias en la radio en la caseta de policías para asegurarse de que el viento no fuese un ciclón, Whitman, en su crapulencia sonora sabatina, había decidido jugar con la radio del bar, haciendo que las emisoras solo dijeran números o nombres de personas en algo como ruso, sonidos graves provenientes de las fauces de un babuino en brama. A Lux le gustaba escuchar los números porque tenía la creencia de que escondían respuesta de los acertijos.

Resolvían un cuadrado llamado Vadic según Lux; Vedic según señor Monstruo. Tres, seis, nueve, tres, seis, nueve, tres, seis, nueve, abajo nueve, tres seis, nueve, tres, seis, nueve, tres, seis, dijo el radio con acento sudamericano, cubano, mexicano, argentino, ¿Cómo era el acento de Belice?.
-          Concéntrate – Le exigió Lux
-          Estoy escuchando los números, quizá ahí esté la respuesta –
-          No la vas a encontrar ahí, tu eres cerebral, yo soy intuitivo-mágica-musical-fosforescente-cuántica; por eso formamos un buen equipo –
Señor monstruo miró el cuadro incompleto lleno de dígitos y pensó en la cantidad de tiempo libre que habrá tenido el que lo descubrió; se imaginó a un ermitaño en un palacio hindú, con un papiro o algo parecido mirando la lluvia del monzón a través de la ventana.

Siete, cinco, tres, uno, ocho, seis, cuatro, dos, nueve. En su abstracción, señor Monstruo descubrió que la línea siete, era idéntica a la dos pero en sentido inverso, con excepción del noveno número que era nueve; mientras anotaba los dígitos con su letra de abogado, Lux abría los ojos con sorpresa, esos ojos grandes y grises, llenos de una especie de tristeza milenaria, brillantes como una canica acaramelada. Cualquiera que viese a Lux sin conocerla pensaría que era una chica triste y solitaria, incluso suicida. Había marcas en sus brazos y piernas, grietas en la piel para matar del dolor del alma, pero se antojaban antediluvianos, quizá un alma prístina había recibido aquel cuerpo abarcable. La Lux que él conocía no podría haberse flagelado tan categóricamente. -¿Quién es esta gente?, ¿Cómo llegué aquí? – Se preguntó; todo el tiempo se lo preguntaba.

En realidad, los números de la radio desconcentraban a señor Monstruo, convertían a su pensamiento en un denso pantano chocolatoso, opaco como un océano de plástico derretido, aceitoso como un caldo de verduras con carne, delicioso. Mientras Yukimi celebraba, el tiempo para él se ralentizaba, podía notar los errores en el tejido de la realidad como antenas de mariposas saliendo de las sombras, escolopendras de sonido en el viento, pausas en el correr del tiempo, espacios rotos en medio del espacio mismo. A través de las grietas, señor Monstruo pudo ver a Evanna, May y Eriko, caminando en una ciénaga nebulosa, con sus ropas desgastadas, persiguiendo sueños como él. Las tres chicas sabían que alguien estaba mirándolas, voltearon a la luna y pudieron ver el ojo a través de las nubes, Evanna apuntó con su dedo y todos los lobos comenzaron a aullar. – ¿Crees que Mu se enoje si me preparo un pedazo de eternidad? – preguntó Lux y el aleph se esfumó, la escena parásita hizo una disolvencia en rosa.

-          Yo te la invito – Contestó señor Monstruo como un autómata tosco. 
-          Te prepararé uno también – Dijo Lux, señor Monstruo asintió hidráulicamente.

Algo va a pasar, se está rompiendo la tela de la realidad, puedo sentir la tensión del otro lado estirando los tejidos como la panza. Pero nada sucedió, Mu entró con la noticia de que era solo un norte.

-          ¿Cómo van con ese juego? – Preguntó Mu.
-          No es  un juego, es un problema matemático mi-le-na-rio – Contestó Lux.

Mu se acercó a la mesa para ver los avances y notó que las líneas seis y tres eran iguales pero en sentido inverso si ignoraba el nueve, con la línea dos y siete sucedía lo mismo.

-          ¿No será que la línea ocho y uno son iguales, y que todas las líneas terminan en nueve?  - Preguntó Mu sin estar muy seguro de comprender el problema – Si fuera así, la línea número nueve constaría solo de números nueve – Dijo para complementar su hipótesis.
-          Especular – Dijo el señor Monstruo sumergido en un atole de confusión.

Lux se aproximó con los dos vasos a la mesa y acercó el papel lleno de números a su rostro, lo miró con atención mordiendo su labio inferior y trazó una letra ele invertida de números nueve en los extremos de la cuadrícula. Ahora solo faltaban las líneas cuatro y cinco.

-          ¿Ya trataron de sumar todos los números de cada línea?, quizá ahí se encuentra la clave.

Lux abrió los ojos con una sonrisa opalina, dos pequeños colmillos vampíricos se asomaron alegremente debajo de sus labios, una risa gatuna iluminó el canto de los fantasmas adoloridos a manera de contrapunto anempático, inscrito en un fondo cósmico.


Lux no cabe en el estándar de la belleza elitista del mundo de los adultos (una risa cósmica interrumpe al narrador, quien tiene que elevar la voz), su belleza es como la de los pilares de la creación, sin sección áurea, ni proporciones perfectas; solo belleza primigenia, como la danza del fuego o los jardines zen. (Lux anota una secuencia de números en el papel temblando de risa, se detiene para tomar un sorbo de agua de coco alcoholizado). Su sonrisa de gato deja sin aliento al señor Monstruo, que se enamora de todo lo que ve y escucha, del acertijo completo, de la cara ovalada de Lux, su cabello indeciso, del aroma del viento marino, del sonido de la madera crujiendo como una bruja barroca, del ballet climatológico que pisotea su día de pesca, del sabor del pedazo de eternidad que Lux le preparó. Señor monstruo ha tomado el coco equivocado.