Cobijados del viento por las paredes de madera del bar, el
señor Monstruo y Lux pasaron una tarde perfecta resolviendo acertijos. El
tenebroso coro de fantasmas le causaba a Lux un hormigueo en el estómago,
parecido al enamoramiento pero de frecuencia baja, como la una estampida de búfalos
corriendo a media cuadra. Mu los había dejado encargados, quería ir a escuchar
las noticias en la radio en la caseta de policías para asegurarse de que el
viento no fuese un ciclón, Whitman, en su crapulencia sonora sabatina, había
decidido jugar con la radio del bar, haciendo que las emisoras solo dijeran
números o nombres de personas en algo como ruso, sonidos graves provenientes de
las fauces de un babuino en brama. A Lux le gustaba escuchar los números porque
tenía la creencia de que escondían respuesta de los acertijos.
Resolvían un cuadrado llamado Vadic según Lux; Vedic según
señor Monstruo. Tres, seis, nueve, tres, seis, nueve, tres, seis, nueve, abajo nueve,
tres seis, nueve, tres, seis, nueve, tres, seis, dijo el radio con acento sudamericano,
cubano, mexicano, argentino, ¿Cómo era el acento de Belice?.
-
Concéntrate – Le exigió Lux
-
Estoy escuchando los números, quizá ahí esté la
respuesta –
-
No la vas a encontrar ahí, tu eres cerebral, yo
soy intuitivo-mágica-musical-fosforescente-cuántica; por eso formamos un buen
equipo –
Señor monstruo miró el cuadro incompleto lleno de dígitos y
pensó en la cantidad de tiempo libre que habrá tenido el que lo descubrió; se
imaginó a un ermitaño en un palacio hindú, con un papiro o algo parecido
mirando la lluvia del monzón a través de la ventana.
Siete, cinco, tres, uno, ocho, seis, cuatro, dos, nueve. En
su abstracción, señor Monstruo descubrió que la línea siete, era idéntica a la
dos pero en sentido inverso, con excepción del noveno número que era nueve;
mientras anotaba los dígitos con su letra de abogado, Lux abría los ojos con
sorpresa, esos ojos grandes y grises, llenos de una especie de tristeza
milenaria, brillantes como una canica acaramelada. Cualquiera que viese a Lux
sin conocerla pensaría que era una chica triste y solitaria, incluso suicida.
Había marcas en sus brazos y piernas, grietas en la piel para matar del dolor
del alma, pero se antojaban antediluvianos, quizá un alma prístina había
recibido aquel cuerpo abarcable. La Lux que él conocía no podría haberse
flagelado tan categóricamente. -¿Quién es esta gente?, ¿Cómo llegué aquí? – Se
preguntó; todo el tiempo se lo preguntaba.
En realidad, los números de la radio desconcentraban a señor
Monstruo, convertían a su pensamiento en un denso pantano chocolatoso, opaco
como un océano de plástico derretido, aceitoso como un caldo de verduras con
carne, delicioso. Mientras Yukimi celebraba, el tiempo para él se ralentizaba,
podía notar los errores en el tejido de la realidad como antenas de mariposas
saliendo de las sombras, escolopendras de sonido en el viento, pausas en el
correr del tiempo, espacios rotos en medio del espacio mismo. A través de las
grietas, señor Monstruo pudo ver a Evanna, May y Eriko, caminando en una
ciénaga nebulosa, con sus ropas desgastadas, persiguiendo sueños como él. Las
tres chicas sabían que alguien estaba mirándolas, voltearon a la luna y
pudieron ver el ojo a través de las nubes, Evanna apuntó con su dedo y todos
los lobos comenzaron a aullar. – ¿Crees que Mu se enoje si me preparo un pedazo
de eternidad? – preguntó Lux y el aleph se esfumó, la escena parásita hizo una
disolvencia en rosa.
-
Yo te la invito – Contestó señor Monstruo como
un autómata tosco.
-
Te prepararé uno también – Dijo Lux, señor
Monstruo asintió hidráulicamente.
Algo va a pasar, se está rompiendo la tela de la realidad,
puedo sentir la tensión del otro lado estirando los tejidos como la panza. Pero
nada sucedió, Mu entró con la noticia de que era solo un norte.
-
¿Cómo van con ese juego? – Preguntó Mu.
-
No es un
juego, es un problema matemático mi-le-na-rio – Contestó Lux.
Mu se acercó a la mesa para ver los avances y notó que las
líneas seis y tres eran iguales pero en sentido inverso si ignoraba el nueve,
con la línea dos y siete sucedía lo mismo.
-
¿No será que la línea ocho y uno son iguales, y
que todas las líneas terminan en nueve?
- Preguntó Mu sin estar muy seguro de comprender el problema – Si fuera
así, la línea número nueve constaría solo de números nueve – Dijo para
complementar su hipótesis.
-
Especular – Dijo el señor Monstruo sumergido en
un atole de confusión.
Lux se aproximó con los dos vasos a la mesa y acercó el
papel lleno de números a su rostro, lo miró con atención mordiendo su labio
inferior y trazó una letra ele invertida de números nueve en los extremos de la
cuadrícula. Ahora solo faltaban las líneas cuatro y cinco.
-
¿Ya trataron de sumar todos los números de cada
línea?, quizá ahí se encuentra la clave.
Lux abrió los ojos con una sonrisa opalina, dos pequeños
colmillos vampíricos se asomaron alegremente debajo de sus labios, una risa gatuna
iluminó el canto de los fantasmas adoloridos a manera de contrapunto
anempático, inscrito en un fondo cósmico.
Lux no cabe en el estándar de la belleza elitista del mundo
de los adultos (una risa cósmica interrumpe al narrador, quien tiene que elevar
la voz), su belleza es como la de los pilares de la creación, sin sección
áurea, ni proporciones perfectas; solo belleza primigenia, como la danza del
fuego o los jardines zen. (Lux anota una secuencia de números en el papel
temblando de risa, se detiene para tomar un sorbo de agua de coco
alcoholizado). Su sonrisa de gato deja sin aliento al señor Monstruo, que se
enamora de todo lo que ve y escucha, del acertijo completo, de la cara ovalada
de Lux, su cabello indeciso, del aroma del viento marino, del sonido de la
madera crujiendo como una bruja barroca, del ballet climatológico que pisotea
su día de pesca, del sabor del pedazo de eternidad que Lux le preparó. Señor
monstruo ha tomado el coco equivocado.
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