miércoles, 8 de mayo de 2013

Opio


Esta noche las estrellas se quedaron dormidas; con el cielo oscurecido, pude dedicarme a beber tu sombra. Entré flotando por tu ventana, abriste los ojos un instante y me viste, ingrávido, boca arriba, con la espalda arqueada. Te convenciste de que era un delirio, volviste a dormir. Aterrice de rodillas a tu lado, observé que tu cuello delgado se alargaba, se hacía infinito, se curvaba sobre sí mismo. A lo lejos, un perro solitario le ladraba a una presencia invisible, la proyección de tu ego, tratando de advertirte del peligro. -Pero no estoy aquí para hacerte daño – dije - solo voy plantar un diamante en tu cérvix- levanté tu camisón y descubrí que no había ropa interior debajo, introduje mi apéndice en forma de pinza tan despacio, que solo emitiste un suspiro cuando coloqué el cristal en la abertura húmeda y lo empujé. Tu cuerpo recibió con gusto el sabor del cristal, lo absorbió como una gota de agua. Después no abandoné la habitación, me quedé contemplando tu metamorfosis oculto en el bonsái de tu taburete.
La tormenta pasó dejando las calles llenas de espejos. Despertaste con la boca llena de flores, al arrancaras dejabas pequeños cráteres húmedos en tu paladar. Sentías mi presencia, lo sé porque me buscaste, pero en luz soy invisible. Cuando te desnudaste, rocé tu espalda, cuando te bañaste, me fundí con el vapor, cuando te vestiste me oculte en el bosque de tu pubis.
Por la tarde, sentiste el impulso de dar una caminata en el bosque; los espíritus de las plantas te contemplaban sentados en las ramas de los árboles, sabían que alguien estaba debajo de tu piel, alimentándose de ti. Caminaste de lado, sobre un muro de roca, el manto se desgarró, la ilusión de realidad se volvió difusa, te perdiste en la niebla eléctrica y la cámara de nubes, te permitió ver la radiación de mi presencia, me descubriste, como una orquídea con pétalos de humo creciendo entre tus piernas. Tus brazos se llenaron de maleza, los sapos dejaron de cantar. Una pequeña gota de alcohol, cayó en tu frente y la perforó, te volviste una nube con aroma a incienso, flotaste como un fantasma doble al ras del suelo.
Cuando regresaste a tu habitación, te asomaste por la ventana para mirar a los barcos del puerto, el aire marino te devolvía la sensación de realidad, tomaste la máquina de escribir, pero no pudiste comenzar tu novela, nunca has podido comenzar tu novela –debe ser el aire salado- pensaste, y observaste a tu gato de la suerte saludando, su sonrisa te molestó, - estas castigado- le dijiste en voz baja,  lo levantaste y lo giraste ciento ochenta grados, ahora le sonreía a la pared.  

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