lunes, 31 de diciembre de 2007

Casi adios


En esta hora vibrante, nacen de padre silencio y madre oscuridad, las chispas que llenan de humo a la ciudad. Thor enmudece ante un ebrio Quetzalcóatl que danza en vuelo con el manto de estrellas de la Virgen María.

Veintitrés años me han erosionado como el agua a una montaña; sin sueños, futuro o esperanzas, me doy cuenta de que soy el sujeto más afortunado y solitario de esta tercer esfera. El mundo lleva haciéndose polvo de hielo (por la fabulosa entropía) desde la creación del universo, al final todo se detendrá, por consiguiente, la vida es una celebración, un cohete orgiástico lleno de astronautas intoxicados, destinado a estallar sin llegar a la luna; ¿para que tomarse las cosas en serio?, solo es cuestión de ser un poco inteligente para vivir a la Miller sin perder o perdiendo la cara en la caída.

Vivo en una ciudad con forma de lengua, me quedan infiernos de Dante por conocer, tiendo a cuestionar a la montaña y un saxofón me suele responder, nada de lo ocurrido ha sido suficiente para hacerme polvo, estoy hueco de sueños pero de pie, a cada momento el árbol pierde más raíces, extiende sus ramas emplumadas para dejarse llevar por el huracán, casi siento vértigo de imaginar el azul del cielo, el gris osco de las nubes y el rojo del ojo de los atardeceres que vendrán. Casi adiós a todos y que dure la tormenta el resto de mis días.

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