jueves, 18 de septiembre de 2008

El mar de la tranquilidad



(¿mejoramos o empeoramos?)

La tila había anaranjado la luz, una especie de jazz dodecafónico mal ecualizado salía atreves de unas bocinas de mal gusto. –ella tiene un trasero de esos que descarrilan trenes, ¿Por qué no le dices que si?- preguntó Edgar a Faustin -es que me da asco llegar a moverle al atole caliente- (Lo dijo pensando en los borbotones de un liquido amarillento manchado con mierda y sangre)

La puerta se abrió dejando entrar una ráfaga de aire húmedo. Faustin trataba de perder su mirada en la calle empedrada, o en los campos de la lejanía, pero no podía dejar de ver su propio interior (evadiendo la mirada de Sofía). Todos voltearon a ver el danzar de esa falda corta, las miradas recorrían un camino de espirales en el ombligo, las caderas, más arriba escalaban los Alpes xalapeños, la marca de dientes en la piel que cubre al esternocleidomastoideo, un cuello fino decorado con un pendiente de mariposa; pero al llegar a los ojos se hacía evidente que la suciedad bajo su piel, era como la de una estación del metro. Sofía se sentó entre Faustin y Edgar (olía a rosas con semen) -¿Qué hay?- preguntó ella dándole un beso en la mejilla a Edgar y uno en la boca a Faustin -es como besar un retrete portátil- pensó Faustin levantándose para dejar a Edgar con Sofía. Sin despedirse salió del pub.

Caminaba sobre el empedrado del callejón sintiéndose liberado, imaginando (como cuando era niño) que caminaba sobre el fino polvo del mar de la tranquilidad, con miedo de toparse con un selenita agresivo.

1 comentario:

almostcrimes dijo...

jajaja que cagadooo joserraaaa.. me habia olvidado de ese chico que tanto me hacía reir