jueves, 19 de septiembre de 2013

Amanita en las nubes


Evanna se dejaba llevar por el aliento de la tierra, porque su persona era intermitente  como la niebla del otoño. Su memoria quebradiza la hacía invisible a los ojos del cielo; las brujas y las nubes doradas la veían, pero pasaban de largo. En ese sentido, no tenía que preocuparse por su vida, un rompecabezas a medio quemar.

Había quienes creían que Evanna había sido colocada en este mundo por los dioses ancestrales, mucho antes de los tambores, mucho antes incluso que la humanidad. Había registros de su personalidad en toda la literatura, pero no eran consistentes en tiempo y espacio. Probablemente Evanna era más una idea que una persona, naciendo y muriendo constantemente como resultado de los sueños de los corazones vacíos.
Antes de que naciera la historia con los primeros escritos, Evanna era ya una leyenda, una diosa sublime que sanaba los corazones de los vagabundos ciegos; como un chispazo nacía, iluminaba la oscuridad y moría, sumiéndolo todo en un silencio sagrado, contemplativo.

Evanna nace de nuevo, cuando la naturaleza reclama de nuevo su reino y el silencio ha poblado la boca de casi todos los hombres. Flota sobre el viento como una nube eléctrica y salpica con gotas de eternidad las vidas de los seres con alma. Si piel es como papel arroz, sus huesos de cristal son ligeros, su cabello parece obedecer a una física distinta, porque la mayor parte de su cuerpo se desenvuelve en el topus uranus, pero su aliento es tangible, incluso trivial, cuando se sienta a tomar el sol a tu lado, o cuando duerme a tu lado.
Hoy Evanna y May se han reunido de nuevo; May no sabe porque, hoy en la cúpula del mundo, en el ojo de un huracán; los ojos en el cielo las miran besándose, llorando de miedo y alegría, porque la esperanza ha vuelto, los campos florecen de nuevo, tras las nubes pardas una amanita muscaria se deja llevar por las nubes en movimiento.

-          Ya no me podrás ver May - Le murmuró en el oído – Pero siempre estaré contigo. Mi cuerpo se disuelve en el océano del tiempo, debo cruzar de nuevo la celosía, pero te dejo a ti, para llenar al mundo de color. Si estás llena de hiel, regálale dulces al mundo, que te los pague con besos. –


Evanna se escurrió de los brazos de May, humedeció su ropa y el suelo de la canasta. Ahora ya no se siente tanto frio. 

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