jueves, 22 de agosto de 2013

Arkhé.

Por primera vez Eriko estaba sola, pero no tenía ganas de llorar. La tristeza que la cubría era una presencia discreta que no recortaba la belleza del instante. Cuando May se fue a vivir sobre las nubes, sintió una profunda ansiedad. La noche en que Evanna murió, un vacío absoluto le cubrió los ojos, su cuerpo se sumergió en polen negro, durmió durante días y no pudo moverse.

Eriko se recostó sobre el musgo para mirar las estrellas, pero el fantasma de la fogata opacaba su visión. Mientras la mancha se borraba de su retina, recordaba la noche que conoció a Evanna. Fue en una ciénaga brumosa. Evanna flotaba al ras de la superficie con dos lirios cubriendo sus ojos. De la punta de sus dedos se desprendía la arena del tiempo, que caía sobre el agua, disolviéndose como azúcar negra. Eriko trató de acercase en silencio para no despertarla, pero las luciérnagas susurraron y la esfera se rompió.

Lo primero que escuchó al recuperar la conciencia, fue la voz de un hilo de vidrio cantando en lenguaje ancestral. Su cuerpo sabía que estaba recostado sobre el suelo, sentía la humedad de la tierra; su nuca descansaba sobre algo cálido, las piernas de Evanna, quien acariciaba su mejilla. El contacto de sus manos era suave, frio, aceitoso, casi artificial: hacía que algo sagrado creciera en su interior, un bosque prohibido. Al abrir los ojos vio aquel rostro tatuado y una mirada inhumana que le congelaba el alma.

Evanna dejó de cantar y se inclinó. Con sus dedos le abrió los labios, sus alientos se mezclaron, una semilla se plantó en la garganta de Eriko y creció como una enredadera eléctrica, trasformando su cuerpo en una esfera de cristal. Cuando el granizo cayó, se volvió savia espumosa que escurría entre sus piernas, mojando su ropa interior con arkhé.


Esta tristeza venía en oleadas suaves, traía racimos de estrellas en su corriente. Se sentó a la orilla de la soledad, de espaldas al fuego y sacó de su mochila el último regalo de su madre, el diario de su bisabuela; un libro lleno de textos en lenguaje ancestral, fotografías, recortes, calcomanías. A partir de ahora, dedicaría un rato del día a observar aquellos recuerdos; estaba convencida de que la respuesta al vacío de su existencia se encontraba en ese diario, a partir de ahora podría dedicarse a resolver el acertijo, porque estaba sola y era dueña de su vida. 

domingo, 18 de agosto de 2013

El peor arroz del mundo

¿Has notado que si dejas de respirar las personas y animales que te rodean dejan de ponerte atención?, inténtalo, es muy chistoso. -Cuando escribes usas demasiado las palabras muy y más –Ya lo sé, pero siento que si las elimino le voy a quitar naturalidad a lo que digo, - creo que piensas poco en lo que haces, ¿Qué clase de artista eres?, - No soy un artista, solo soy y ya, como sea no importa, tu eres la única persona que lee lo que escribo, y tú eres yo. ¿No te parece triste esta situación?; osea, creo que soy el último ser humano sobre esta tierra, no he visto a nadie en muchos días. – Y para que te sirve ser invisible si no hay nadie que te vea? – ¡ja!, tienes razón, ni siquiera puedo comprobar lo que digo, haces que me sienta tonto.
Cambiando de tema, no sé si me estoy volviendo loco, estoy perdiendo el sentido del tiempo o qué, pero no he visto a la luna en varios días, ¿a que crees que se deba?. -¿Por qué me haces esas preguntas?, compartimos el mismo cerebro, sabemos exactamente lo mismo, obviamente no lo se- Hazme plática, me estoy deprimiendo. – Cállate y come que hace hambre -. Ya me cansé del arroz reseco, este ha de ser el peor arroz del mundo, aparte el agua sabe a óxido, ha de estar contaminada. –Cállate y come-.

Estoy loco, mírame, soy el último humano en el mundo, puedo hacer lo que quiera. – ¿Si no hay una sociedad que te diagnostique, como puedes saber si estás loco? – Tienes razón. ¿Sabes?, me da gusto que me acompañes, si no fuera por ti, no sé quién me daría sentido común, estaría perdido, probablemente me habría metido con esos babuinos, se veían enojados, aunque carnosos. –Cállate y come-. No quiero arroz  –No hay otra cosa-.

Ángeles en Bangkok

Un señor barbado que parecía enojado y preocupado anunciaba en la televisión su nuevo libro Ángeles en Bangkok, durante el comercial mostraba unas fotografías donde niños de la calle dormían en la banqueta; si mirabas con atención, podías ver que algunos de esos niños eran extraterrestres. El brazo de un niño parecía un pedazo de pellejo sin músculo, solo con hueso, la cabeza de otro era enorme y llena de venas, los ojos de uno brillaban en la oscuridad; los otros niños, que si eran humanos parecían cubrirlos, eran sus amigos.

Ya con el libro en mis manos comencé a leer. Junto a una imagen de un hombre perro, (un hombre lleno de pelo parecido a un wookie) mencionaba que ya se había anunciado el fin de la humanidad, y que los gobiernos tenían fecha límite para exterminarla; de otra forma los extraterrestres vendrían y utilizarían sus métodos. 

Acertijos




P.D. Nada de visitas por favor. 

Debajo del puente

Esta tarde me fui a sentar debajo del puente. Me gusta sentarme en lugares con buena vista y mala fama por que nadie se acerca a preguntarte estupideces.
La vida en las sombras es más agradable de lo que parece, no huele mal ni es húmeda; es silenciosa, ni siquiera se escucha el rugido de la ciudad. Esta idea religiosa de que la oscuridad representa el mal, creo que solo es reflejo del miedo a no poder ver claramente lo que tenemos frente a la nariz, miedo a encontrarnos con nuestros propios fantasmas cara a cara. Pero sobre todo, miedo a poder ser como dioses, en la oscuridad podemos sentir como reales los sueños más hermosos que anidan en nuestro interior, pero si perdemos el control, nuestras pesadillas saldrán, el infierno más terrible es el que nosotros creamos.  
Intenté leer pero no pude, el momento era tan mágico que no logré salir de la realidad. La magia escurría como un gel fosforescente de entre los ladrillos, hacía deltas en el suelo y trepaba por mi ropa; no la podía ver, pero lo podía sentir, llenando de luz vegetal mi piel reseca. Entonces pude recordar mi hogar, el bosque subterráneo con árboles que acarician la luna, las luciérnagas que susurran poemas de viento y sangre. ¿Cómo fue que perdí mi hogar?, ¿Cuándo me alejé de mi misma?, ¿Por qué vine a dar a este mundo miserable. Aquí tienes que exprimir la magia de las rocas con toda tu fuerza, y aferrarte a la arena de la playa, ¿Quién derramó tanta tristeza sobre la ciudad?.
Respiré profundo, abrí los ojos y pude ver a Evanna flotando sobre las nubes con los brazos extendidos, como una muñeca colgando de hilos invisibles. Intenté llamarla pero la voz no salió, las lágrimas la ahogaron, ¿Por qué me abandonaste?, ¿Por qué te llevaste el color de las flores y el aroma de las estrellas?
No podía levantarme, todo mi cuerpo temblaba, la magia hacía ondas luminiscentes sobre la yerba, la sombra se coloreaba, era yo la última abeja en la tierra, la última yerba, el último suspiro.
Evanna miraba a un punto fijo en el cielo, su espalda apuntaba al suelo, la punta de sus pies a las estrellas ocultas tras la nata uniforme del cielo, la fábrica de nubes hizo sonar su silbato y el espejismo se disolvió, Evanna vino a visitarme desgarrando el hilo que me mantenía en el mundo de la cordura, me estaba desprendiendo de mi yo.
-Cuando mueres la percepción del tiempo se ralentiza al grado de que la experiencia de la muerte puede volverse un instante de eternidad. -
Por favor detén esta locura, sácame el aire de los pulmones o arráncame el corazón. Esta ciudad se está comiendo mi alma – Evanna no respondió, su cuerpo se fue despacio, se hizo cada vez más pequeño, como un velero que se lleva el viento hacia el horizonte.-

Parece que se va a caer de la orilla del mundo. 

No me gusta el silencio

-          ¿Quién dejó ese carro estacionado en un tercer piso?, debe llevar ahí por lo menos doscientos años, está lleno de yerba. –
-          Yep –
-          Me gusta este lugar, ¿crees que podamos quedarnos?
-          No veo por qué no-
-          Tiene una vista agradable, me gusta cómo se ven los atardeceres, como las montañas juegan con las nubes y las nubes juegan con la luz.
-          Parece que viene la lluvia, será mejor que nos cubramos, esas nubes se ven muy enojadas –
-          Quiero quedarme otro rato –
-          Es peligroso, recuerda que ya no tenemos medicina –
-          ¿puedo ver la lluvia desde adentro?
-          Si, nada mas no te mojes –
Afuera las bestias comían yerba entre los escombros y el sol aparecía entre las nubes como una esfera roja, coloreando con lumbre los campos marrones.

-          No me gusta el silencio – 

Mente de colmena

Ya no cantan los pájaros; mi bisabuela decía que los tambores los dejaron sin voz, dijo que fue un sonido tan fuerte, que les arrancó el alma. Ella decía que cantaban de muchas formas, que cada especie de pájaro tenía una voz característica, y que si no los veías, los podías reconocer por su canto, decía que había personas dedicadas a estudiar los cantos de las aves, que llevaban micrófonos especiales para capturar su sonido y luego dejarlo salir. Yo nunca he visto un micrófono, pero he visto un par de aves, caminando confundidas por el suelo, tambaleándose como pequeños monstruos temerosos.
-          ¿Por qué las aves ya no vuelan? –
-          No lo sé- Respondió el hermano de Samara
-          No me gusta mi nombre –
-          Nadie te impide cambiarlo –
-          Me llamaré Valeria, ¿te gusta mi nuevo nombre?, Valeria -
-          Me da igual, déjame comer –
La madre de Samara, o Valeria, había muerto por envenenamiento radioactivo, pero ella e Isaac no lo sabían. Ellos habían crecido creyendo que la muerte tenía siempre los mismos síntomas. El cuerpo no acepta la comida y siempre duele la cabeza, se está siempre triste o enojado además de cansado, la gente se queda dormida o se cae en cualquier momento, la piel se llena de manchas, el cabello se cae, sale sangre de los dientes y los ojos .
-          Fue muy triste que se muriera. ¿Tú te vas a morir también? -
-          Todos nos vamos a morir algún día –
-          Pero me da miedo, no quiero morirme -
-          Aún falta mucho, no te preocupes –
-          Tampoco quiero que te mueras, quiero que esté siempre conmigo-
Un sonido grave hizo temblar los huesos de Isaac y Valeria. Asustados miraron al horizonte y descubrieron una enorme esfera azul que se comía las nubes. Su hermosura los aterrorizó, pero no pudieron reaccionar, la luz que manaba congelaba la superficie de su alma, pero derretía su interior. De la boca de Isaac salió una mariposa translúcida con alas de porvelana que voló gentilmente hacia la fuente de luz. De la nariz de Valeria manó el aroma de las buganvilias y pinto con el olor de las flores un radio de varios kilómetros. Para ellos la muerte no fue un sollozo, sino el sueño de una colmena.