Una tribu de babuinos platicaban en circulo con las hienas,
sus rostros adoloridos eran iluminados por la danza de una flama mortecina,
lloraban cabizbajos por que todos los niños habían muerto, todos los viejos
habían muerto, las mujeres habían muerto; solo quedaban ellos, los sabios y los
científicos, los literatos y los danzantes, los tristes y los soñadores.
De pronto un silencio más oscuro que la noche los sumió en
el estupor de la intoxicación, una amalgama extraña, un terreno baldío. El
insomnio los sumergió en el cráter de un volcán muerto. Se ahogaban en un lago
de miel y caramelo, no podían respirar en el color rosa del gel. Todos
levantaron las manos pidiéndole lluvia a los dioses, para bañar su sudor y
lágrimas.
y comenzó a llover.
El diluvio lavó sus cabellos, y se llevó su esperanza. Nadaban
desesperados los babuinos, las hienas no paraban de reír con tristeza, mientras,
los cadáveres de sus familiares eran desenterrados por las aguas negras, - el
amor verdadero vive en las piruletas y las papas fritas – dijo Don Jacinto,
mientras veía el cuerpo de sus hijos flotando boca abajo.
La única forma de ponerlo en escala es imaginar, a la ciudad
de México cayendo en un terremoto, todos los grandes edificios colapsando, todas
las calles hundiéndose en el fango, el lago reclamando su lugar. Solo somos observadores,
pequeños puntos en la ladera de la montaña.
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