Un silencio espeso se derramó como sangre menstrual sobre
todo el mundo, los relojes y las salamandras guardaron la respiración. Un
ciempiés asomó sus patas en el horizonte y se erigió atemorizante, como una
columna de humo volcánica, sus pensamientos se alargaron como brazos y se
alimentaron del horror que dormía en los corazones de los habitantes de la
tierra, dejando a los pueblos vacíos de emoción.
Lo que para muchos fue una tragedia, en realidad se trató de
una liberación. El alma se volvió incorpórea, los ladrillos de todos los muros
se desmoronaron, luego se volvieron ceniza, luego humo, finalmente viento
estelar, y aun que ya no queda rastro de conciencia, se conserva la inquietante
paz que algunos describen como encontrar un claro en el bosque durante una
noche de luna llena.
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