martes, 24 de junio de 2008

Carlos Gardel


Han pasado dos días; el asesino ha regado a Diana con una manguera –mis flores tienen que estar inmaculadas- un bello atardecer, una copa de absinthe, el canto de los tulipanes –Maravilloso- piensa el hombre con el corazón burbujeando paz. Diana en el sótano se está secando, sus pétalos se vuelven hojuelas sin esperanza, su cabello se empieza a caer, empieza a tener ese aspecto de colibrí desplumando que tanta lástima le causa a las personas buenas, pero nuestro no es lo que se podría llamar “bueno”, aun que tampoco le podemos llamar “malo”.

Cuando el cielo está oscuro el asesino comienza a descender, cada escalón lo acerca más a Diana–Mi hermosa Orquídea, es hora- Un mecanismo se activa al toque de un botón; la joven desnuda queda suspendida en el aire, unas cuerdas la levantan de los brazos que están amarrados detrás de la espalda (llora por que ya no siente dolor ni vergüenza) unas gotas de orina comienzan a escurrir por una de sus piernas. El asesino la toma por la cintura y besándola comienza a bailar sin música; los jirones de tela que cuelgan de su cuerpo comienzan a caer al suelo, -tam tam taram- canta el asesino – sentir que es un soplo la vida, que veinte años no es nada, que febril la mirada errante en la sombra te busca y te nombra- Diana tiembla, está sintiendo entre sus piernas el miembro del hombre que cuelga de la bragueta de sus pantalones –PERRA DESGRACIADA, QUE NO ENTIENDES QUE ESTE ES EL CUMPLEAÑOS DEL GRAN GARDEL, YO NO BAILO CON ESTUPIDAS- el asesino se cerró el cierre, tomó su pistola y la incrustó en la boca de Diana con tanta fuerza que los quebró –No mereces morir con poesía- le dio un fuerte puñetazo en la mejilla y corrió al otro lado del sótano, apretó un botón que la dejó caer al suelo; Diana quedó inconsciente, cuando abrió los ojos estaba atada, en un lugar alfombrado que vibraba.

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